Hay más cambios de los que uno podría pensar. Detalles, sí, pero
detalles de los que marcan la diferencia. Desde el modelado de las armas, mucho más refinado, hasta la nueva gama de animaciones de Atreus, acordes a un personaje menos nervioso y más decidido que el del primer juego. Eso
por no hablar de la luz, un desafío que Santa Monica parece haberse tomarse como algo personal. El God of War de 2018
ha envejecido sorprendentemente bien, demostrando que era un portento en su día y que lo sigue siendo, pero Ragnarok es un trabajo
todavía más pulido y brillante.
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