Si no está moisés de por medio, la lluvia de ranas, o de otros animales como peces o aves, nada tiene que ver con ninguna plaga bíblica.
Este curioso acontecimiento, que suele dejar bastante perplejos a aquellos que les toca recibir el singular chapuzón, es el resultado de un fenómeno meteorológico extraordinario que puede estar acompañado de lluvia común o no.
Sucede cuando un tornado o tromba marina, a su paso sobre un cuerpo de agua, captura los pequeños seres vivos acuáticos que habitan en él y tras mantenerlos suspendidos en el aire los acaba dejando caer a kilómetros de distancia.
Estos tornados parecen selectivos porque suelen cebarse en bancos de animales, pero también pueden capturar cualquier ser acuático que habite en el medio en cuestión y cuyo peso no sea significativo.
Los tornados son tormentas giratorias que se forman en el interior de las nubes de tempestad, en las fronteras que separan las corrientes ascendentes de los tiros descendientes.
Primero aparece una nube embudo, que luego se extiende hasta tocar el suelo.
Los tornados concentran toda su fuerza destructiva en una pequeña zona y su fuerza es enorme: ¡sus vientos alcanzan velocidades de hasta 480 km/h!
Hay que decir que su violenta corriente de aire ascendente en torbellino es capaz de adsorber no sólo peces o ranas sino hasta vacas, caballos, automóviles…Si bien en estos casos, como no se lleva a toda una manada o flota, el concepto de lluvia de vacas o coches queda descartado.
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